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viernes, 01 de marzo de 2013cermi.es semanal Nº 69

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Cuarto de invitados

Manuel Galiana, actor

“En el teatro no hay exhibición, hay entrega”

Por Esther Peñas

25/02/2013

Imágenes: Jorge Villa

Hay actores de raza. Actores que lo mismo interpretan a Ibsen que a Casona, Mihura, Valle-Inclán, O’Neill, Buero Vallejo o Rostand porque llevan en la sangre la potestad de dar vida a lo que fue escrito. Actores que, sin cicatrices, son remiendos de los personajes que encarnaron y que hicieron vibrar a quienes les vieron.

Manuel Galiana (Madrid, 1941) es uno de ellos. Ahora pone en pie en el Teatro Muñoz Seca a Sir Wilfrid Roberts, el incisivo abogado de ‘Testigo de cargo’.

¿Cómodo, en la piel del abogado criminalista Sir Wilfrid Roberts, que interpretase en cine Charles Laughton?
Ahora ya sí. Al principio tuve mis dudas en aceptarlo, porque como has apuntado es un papel mítico en el que iba a ser difícil escapar de la comparación… Pero, después de leer con calma el relato de Agatha Christie, me di cuenta de que el papel que interpreta Laughton es una mezcla de la personalidad del actor y del director, así que decidí que si me ceñía al personaje podría aportar un rasgo distinto. Por eso acepté.

Estamos en un momento en el que los juicios de valor sobre las personas son tan frívolos como dañinos. Desde ese punto de vista, ‘Testigo de cargo’ es una perfecta invitación al sosiego en la reflexión...
Es el juicio más famoso de la literatura dramática, el más popular; de hecho, su versión cinematográfica es la quinta película más vista de toda la historia del cine. Sí, viene mucho al caso hablar de juicios, de jueces... el juicio tiene un enorme interés dramático porque, al fin y al cabo, es una representación, y en la obra de teatro el público asiste al espectáculo en calidad de jurado. De ahí que se establezca una conexión inmediata. Por descontado que el texto es portentoso, hay en él mucha condición humana: hay una maravillosa historia de amor, hay el encanallamiento, la perversidad, hay un ser despreciable, hay la vanidad humillada de un abogado estrella al que han engañado... Los juicios reales no son tan fascinantes sino más bien apestosos por lo despreciable.

¿No tiene un lado perverso eso de defender a alguien a quien sabemos culpable?
Bueno, Sir Wilfrid Roberts no lo sabe exactamente…

…pero lo intuye, tiene fogonazos de clarividencia…
Sí, pero no al principio; aunque tiene sus dudas, le puede la vanidad de defender un caso difícil de sacar adelante. En la película, Wilder redime al personaje. En el texto original no hay opción alguna de redención. Es como el don Juan de Tirso frente al de Zorrilla.

¿Y con cuál se queda usted?
Me gustaría pensar que existe una opción, una posibilidad de enmendarse, de arrepentirse. Pero me temo que hay personas que no merecen una segunda oportunidad y, lo que es peor, no la quieren.

Se lo pregunto al abogado que lleva dentro (al menos, durante esta función). ¿Es justa la vida?
Pero ¿cómo me preguntas eso? No.

Ni siquiera con esa hermosa metáfora de la justicia poética...
No. La vida es una tómbola. A algunos les toca premio y a otros papeletas en blanco.

¿Merece la pena, en cualquier caso?
Supongo... no sé si para todos... hay mucha gente muy desafortunada, personas para las que la vida es terrible... pero imagino que incluso así, sí, merece la pena, les compensa. La vida tiene mucha fuerza, a pesar de todo la gente quiere vivirla. Por algo será. Pero justa no, ni siquiera es justa en la justicia. A diario vemos cómo el tonto es condenado y el criminal, absuelto... es un desbarajuste el momento histórico que nos ha tocado vivir, todo es tan lamentable... todos los días leyendo desastres tras desastres, corrupción tras corrupción... infunde un desánimo enorme...

Como actor que se ha baqueteado en todos los géneros, ¿a España qué le sentaría mejor, una astracanada, una tragedia griega, una fábula..?
España, de siempre, ha sido una tragicomedia. Nos salva ese aire de comedia y nos pierde ser un pueblo de sangre muy caliente. Porque estallamos. Y cuando estallamos se arma la marimorena. Por fortuna, la maldita Guerra Civil fue una vacuna. Terrible, pero un vacuna. Si no fuera por el recuerdo de esa guerra, ya nos habríamos liado a bofetadas los unos con los otros.

Es decir, que la contención no va con el carácter español…
No. España es diferente. El lema aquel de Fraga del que muchos se han reído no es descabellado. España es un país de desmesura, es un país capaz de lo más sublime y de lo más sórdido. Un país de contrastes, donde se alumbra a una Santa Teresa o a un San Juan de la Cruz y donde nos gobiernan unos chorizos corruptos... y hablo en general.

¿Y qué nos salva?
El hecho de que España es un país de rasgos geniales, y algo se nos ocurrirá a pesar de todo, siempre ha ocurrido así. Saldremos de esta, se recuperará algo del dinero que anda por ahí, en cuentas suizas, en cuentas privadas… ¡qué fiasco! ¡tanto patriota de pacotilla sacando la pasta del país..! ¡Hombre..! Que Suiza no es un buen sitio para invertir... Ah, también nos queda el deporte, algo es algo...

Es que el deporte no tiene un 21 por ciento de IVA…
La subida del IVA es desmesurada. Hay que proteger la cultura… De acuerdo que el deporte es un puntal para el país, que nos da una imagen brillante en el resto del mundo, pero no te metas con la cultura. Tenemos magníficos escritores, bailarines, actores, pintores… nuestro nivel cultural siempre ha sido, y ahora también, envidiable, no puedes cargártelo... no.... Nos ha costado mucho ampliar el público del teatro, ampliar la red de teatros... Ellos, los políticos, se dedicaron estos años a construir auditorios inmensos en vez de teatros, y no tenía sentido ninguno. ¡Si al menos estuviera la sección de Coros y Danzas! (por cierto, a mí me gustaba mucho; fue capaz de aglutinar a un pueblo entonces desunido). Alguien se ha llevado mucho dinero construyendo auditorios, aeropuertos fantasmas, y resulta que quien va a pagar eso no son los canallas que se han lucrado sino el pueblo, que tendrá que pagar más por acceder a la cultura. No hay derecho.

¿Cómo se combate ese astronómico 21 por ciento?
Queremos que salga una norma por la que los ayuntamientos, que no tienen dinero para contratarnos, nos cedan el 90 por ciento de la taquilla. Esa sería una válvula de escape para encarar esta crisis…

Dicen que nosotros somos responsables también, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades…
¡Pues serán ellos! ¡Yo le juro que no, que jamás he gastado más de lo que tenía! Hemos hecho un desastre de país… los políticos, todos, son los grandes responsables. Se les contrata para que nos administren la finca, y la han hundido. Tendrían que sentarse, llegar a un acuerdo, y reflotar este país.

¿Cabe Cataluña en este país? O mejor, ¿entra España en los planes de futuro de Cataluña?
Si es que Cataluña está arruinada, se la han cargado... no sé cuántos millones se han llevado fuera... ¡es un escándalo mayúsculo! Como el de Andalucía. Es terrible... Pero estamos anestesiados, parece que estamos dispuestos a aceptar cualquier cosa, y aquí no debería de caber ni una más. De aquí ya no se puede pasar. Hemos tragado el 11-M, que ha sido mucho tragar. A partir de eso, de dejar algo tan grave suspendido, sin aclarar, todo se descompone rapidísimo, porque la credibilidad se fue a la porra. Habría que comenzar por esclarecer ese asunto, por más que duela. Ese sería un buen modo de comenzar a regenerar este país.

Leyendo a Lázaro de Tormes, uno piensa que España siempre ha sido un poco así, abono fértil para la picaresca…
Todo es un chanchullo... siempre ha existido la trampa, la estafa, pero de este estilo, tan a gran escala, con esta desfachatez... ¡si no hay páginas suficientes en los periódicos para dar cuenta de ellas! Por no hablar de la justicia tan lenta, que cuando toca juzgar, los delitos ya han prescrito…

Le noto cierta indignación…
Es que me duele España… se lo digo de verdad.

Entonces cambio de tercio.
¿Vamos a hablar de toros?

Si gusta…
Muchísimo.

Le aviso: decir así, en alto, que a uno le gustan los toros es políticamente incorrecto.
A mí me parece que lo políticamente incorrecto es que no te gusten los toros.
Una cosa son esas tradiciones bárbaras de algunos pueblos, y otra muy distinta la faena. Una buena faena es una manifestación de la belleza. Y quien no lo vea no está preparado para entender que hay belleza en la tragedia. José Tomas... el toreo de José Tomás es como para morirse de puro hermoso.

Para que no nos den un aviso, le entro a puerta gayola. ¿Qué le hizo decidirse por la interpretación?
Carlos Lemos en el papel de Enrique IV, la obra de Pirandello, dirigida por Tamayo. Fue la primera vez que asistí al teatro. Estaba abarrotado y yo sentado arriba, en el paraíso. Lo que sentí entonces fue lo que me hizo decidir que me dedicaría a aquello. Quería hacer sentir a los demás lo que sentí entonces. Y cada vez que me subo a un escenario me acuerdo de aquella noche. Y cada noche siento el milagro.

¿Convive con sus personajes?
No, los dejo en el teatro. No es sano llevárselos a casa. Hay quien lo hace, como método, como táctica, pero no es mi caso. En alguna ocasión, por ejemplo cuando interpreté a Cyrano de Bergerac, te imbuyes más de la cuenta del personaje, y te dejas influir por él fuera del escenario, pero hay que tener mucho cuidado con eso, porque el trabajo de actor es peligroso en el sentido de que trabajamos con los sentimientos, excavamos en nuestra hondura para poner en pie al personaje, y lo hacemos desde nuestra vida y personalidad. Le prestamos nuestra sangre y aliento, y conviene estar centrado, no confundirse con él. El actor tiene que dominar el personaje, nunca al revés.

En su fecunda trayectoria, ¿se le ha encasquillado alguno?
No. Tengo que sentir una empatía inmediata con el personaje; de lo contrario sé que no va a funcionar y no lo acepto. Ha habido momentos difíciles, por ejemplo interpretar a Paulino, en ‘¡Ay, Carmela!’. Es un personaje tremendo porque pasa por emociones encontradísimas, miedo a la cobardía, el poder, el amor a Carmela, canta, baila, cuenta chistes… tiene una gama tan amplia y recorrida a tal velocidad que interpretarlo es complicado. Es un personaje que apenas respira… Lo mismo que Cyrano, para el que también se necesita estar en forma físicamente… Luego sobrecogen otro tipo de personajes, como mi papel en ‘Conversaciones con Primo Levi’, porque se proyectan imágenes de los campos de concentración, porque el testimonio de Primo Levi es emocionante… Fue un papel en el que literalmente me ponía enfermo, sentía nauseas. Recuerdo con mucho cariño a ‘Pacífico Pérez’, de ‘Las guerras de nuestros antepasados’, un personaje muy hermoso...

¿Le quedan muchas obras pendientes?
¡Muchísimas! De todas las que pretendía hacer desde que decidí dedicarme a la interpretación, sólo he hecho dos, ‘Cyrano de Bergerac’ y ‘Tres sombreros de copa’. En compensación me han llegado personajes que jamás hubiera esperado y que han colmado mi satisfacción. He sido muy afortunado, la verdad, me han tocado unos personajes duros y difíciles pero gozosos.

Usted pertenece a una estirpe de lo que los entendidos llaman ‘actores de raza’, como José Bódalo, Asunción Sancho, Luis Prendes, José María Rodero, Pepe Isbert (que da nombre precisamente a un premio que usted tiene en su haber) y tantos otros. ¿Cree que se ha producido un relevo generacional?
… Los actores jóvenes… resulta que… Ni se les oye, ni vocalizan. No saben proyectar la voz. Tampoco hablar. Les falta cultura. Nosotros aprendíamos de nuestros mayores. Veíamos a un Rodero, por ejemplo, y aprendíamos lo que era la interpretación. Hoy te encuentras a aspirantes a actor que no han visto nunca una interpretación de Alberto Closas, por ejemplo. O que se licencian en Arte Dramático y no han visto una película de Fernán Gómez. Todos hemos aprendido de otros, nadie es autosuficiente en esta profesión. Por mucho talento que tengas, hay que saber encauzarlo.

¿A quién admira Manuel Galiana?
A muchísimos, a casi todos mis mayores. Pero te diré dos grandes actores, Emilio Gutiérrez Caba y Pepe Caravias. Por ejemplo.

Cuando uno lee una obra de teatro, ¿es teatro?
El teatro siempre es la representación, la cosa escrita puesta en pie. Lo otro no es teatro, es un texto. Recuerdo una vez, en Sevilla, que llevamos ‘El pato silvestre’, de Ibsen. Vino un colegio a una de las funciones y, al terminar la obra, charlamos con algunos alumnos. Uno de ellos, con mucho desparpajo, me dijo que qué cosa tan bonita eso del teatro, que qué distinto del rollo que habían leído. El teatro es cualquier cosa menos un rollo.

¿Por qué seduce el género?
Porque nos cuenta el cuento, nos lo creemos y lo transformamos. El ser humano se hace preguntas sobre sí mismo y necesita respuestas. El teatro le ofrece una representación de un conflicto y de una posible solución. Tal vez no le solucione la vida, pero le da pistas. El teatro es un arte para ayudar a los demás, para hablar al hombre sobre el hombre, para que reflexione sobre su condición. En el teatro no hay exhibición, hay entrega.

Déjeme terminar con música. ¿Cuál podría ser la banda sonora de Manuel Galiana?
… Incluiría ‘El concierto de Aranjuez’, El adagio de Albinoni, ‘Madame Butterfly’, ‘La bohème’… Las grandes arias de ópera me gustan muchísimo, pero también Luís Llach, Roberto Carlos, sobre todo ‘La distancia’... Manhattan Transfer… Ah, y ‘Doña Francisquita’, que es magnífica, no admite selección, toda ella es necesaria, como ‘La Bohème’.

Habrá alguno que haya dado un respingo al comparar ‘Doña Francisquita’ con ‘La Bohème’…
Pues lo hago sin miedo, con el aplomo de quien sabe que no dice ninguna tontería.

¿Qué anima a un actor a retirarse?
Es la naturaleza la que nos retira. Puede uno marcharse por aburrimiento, por cansancio, pero si no... es muy difícil hacerlo porque siempre surge la fascinación por que te den un personaje nuevo y dominarlo, hacerte con él, la fascinación casi del peligro, del que tiene miedo porque sabe lo que se juega y quiere jugar... la fascinación, en definitiva, de hacer vibrar al público una vez más, de hacer que se pare el mundo, que se quede en suspenso aunque sea un instante…

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